El
asunto es de sobra conocido, por lo que tampoco me voy a extender. Corría el
año 1701, y se había abierto la Guerra de Sucesión española entre los
partidarios de los dos pretendientes al trono de España: Felipe de Borbón y el
archiduque Carlos de Austria. Todo muy normal como ven, eso de matarse entre
hermanos era y es habitual en España, casi un deporte nacional. Pero llegó un
momento, en el que el río estaba bastante revuelto, y ya saben lo que dicen,
cuando el río baja agitado, ganancia de pescadores, y como en otros muchos
casos, los que tiraban las redes en esta época en las costas Ibéricas, eran los
ingleses. Raudos se posicionaron de parte de los Austrias, “ayudando” al
archiduque Carlos, y sin más avisos se pusieron a montar jaleo. En pocos días,
intentaron hacerse con las plazas de Barcelona y Cádiz, de donde salieron con
el rabo entre las piernas y las balandras colgando, hasta que llegaron a la
Bahía de Algeciras donde se hicieron con el Peñón de Gibraltar, plaza poco
defendida, que los ingleses ganaron rápido, debido a las dispares fuerzas que
se enfrentaban ese día.
En
España seguía la Guerra de Sucesión hasta que en el año 1727 se firmó el
Tratado de Utrech, poniendo fin a las hostilidades entre los dos sucesores al
trono español. En este tratado, tanto el archiduque Carlos de Austria como sus
aliados, reconocían a Felipe V de Borbón como rey legítimo de España, eso sí,
haciendo a este ceder a perpetuidad a Inglaterra el control de Gibraltar y
Menorca, por las molestias y tal. Más tarde la armada española recuperaría la
Isla, no pudiendo hacer lo mismo con el Peñón, a pesar de haber intentado
varios asaltos y asedios. Tales enfrentamientos llevó a que en el siglo XVIII
se creara una zona neutral en el istmo, para evitar así posibles
enfrentamientos futuros.
Pero
la cosa cambia bastante entre las dos potencias, cuando Napoleón asomó sus
francesas narices en la vieja Europa, intentando mojarle la oreja a los
ingleses y a todo el que pasaba por allí. Llegó 1808 y el Corso se presentó en
España con todos sus chicos, rápidamente Inglaterra se prestó a aliarse con
España contra los franceses, y a la misma velocidad el gobierno de España
aceptó el trato, sin ser capaz de ver más allá-sin recordar por ejemplo, lo
acontecido años atrás en la Batalla de Trafalgar, entre otras muchas-, Hasta
aquí nada que nos sorprenda, ya sabida son las idas y venidas de los ingleses
en su provecho por la vieja Europa, cayera quien cayese por el camino. El duque
de Wellington y sus chicos ayudaron a expulsar a los franceses desde Cádiz a la
frontera gabacha. Por ello la amistad anglo-española seguía en buen estado, y
por eso mismo, cuando en el año 1815 se desató una epidemia de fiebre amarilla
que diezmo tanto a la población civil como militar de la colonia inglesa, el
gobierno español acudió en su ayuda.
Ante
esta penosa y aflictiva situación el General Don-gobernador de la
plaza-,solicitó el auxilio y la colaboración de las autoridades españolas,
ayuda que les fue generosamente otorgada, pues se trataba de ayudar a un país
aliado. A partir de aquí tanto el general Alos, como el general Don dictaron
unas normas concernientes a la instalación de un campamento sanitario en la
parte de la zona neutral más próxima a la muralla de la ciudad, así mismo se
conviene en que el Comandante de La Línea facilite a las tropas y habitantes
del Peñón instalados en territorio neutral todos los auxilios que dicte la
buena armonía reinante entre ingleses y españoles. Eso sí, estipulando que el tráfico
entre la zona neutral y el Peñón debía de ser únicamente en horario diurno, por
si acaso. Que una cosa es ser bueno y otra cosa andar tocando los aparejos sin
necesidad. Llegando al punto de regresar cada uno a su casa y Dios a la de
todos-el protestante a un lado y el católico al otro claro-, cuando la
situación se restableciera y la población del Peñón no corriera peligro alguno.
Pero
como seguro ha adivinado usted astuto lector, de la zona neutral no se movió ni
el maestro armero, y lo que en un primer momento fue una concesión humanitaria
del gobierno español, se convirtió en una bajada de pantalones en toda regla
ante la Pérfida Albión, pues nadie de los gobernantes de esa España fue capaz
de ponerse los galones y agarrando de los huevos a los hijos de la Gran Bretaña
llevarlos a su amado Peñón, dejando la zona neutra limpita y reluciente.
Supongo que estos gobernantes pensarían que ya se cansarían, y volverían a su
casa a tomar cerveza poco a poco, y así siguieron pensando hasta que en el año
1938 el gobierno de Gibraltar construyó su aeropuerto en este espacio.
Cerrándose así un despropósito que comenzó con esos ingleses viperinos
aprovechándose de una coyuntura española difícil, y de la buena intención de un
gobierno que no sabía con quien se jugaba los territorios. Pues Inglaterra se
hizo con el sitio del Peñón aprovechándose de una guerra civil española,
aumento sus territorios aprovechando la buena fe del gobierno español, que
quería evitar la muerte de todo los habitantes de Gibraltar por fiebre
amarilla, y finalmente en 1938, en la mitad de otra guerra civil, sin un
gobierno fijo, construyó en esa zona el aeropuerto.
Ahora
querido lector, le invito a hacer un ejercicio de imaginación, pongamos por
ejemplo que el asunto fuera al revés, es decir, que nuestra Armada Invencible,
esa tan “invencible” que no llegó ni a poner un pie en el litoral inglés, lo
hiciera, llegara. Pues bien, imagine que tras arribar, montamos la pajarraca en
las costa inglesa y nos quedamos con un Peñón cercano a Dover, el Peñón de Yesveriguel, imagine también que en esa
zona marítima se prepara una batalla de mírame y no me toques, donde después de
rompernos la crisma unos a otros, dejamos listo de papeles a los hijos de la
Gran Bretaña, y saliendo victoriosos de la histórica batalla de El Cabo Guanbir Maifren, montamos un cementerio
a nuestros caídos en medio del Peñón de Yesveriguel,
mientras a los otros, a los perdedores los han tenido que tirar por la borda. Y
tras un tiempo litigando con los simpáticos ingleses, viene el tatarabuelo del
orejas y se bajó las calzas, firmando un tratado-por ejemplo el Tratado del té
de las cinco-, en el cual reconoce ese trozo de tierra como español-lo que ya
es mucho imaginar-. Después seguimos a la gresca durante años, mentándonos los
familiares más cercanos y con esos tiras y aflojas tan típicos, porque el sitio
es un lugar estratégico en El Canal de la Mancha, y de vez en cuando se escapa
algún cañonazo.
Pues
bien, en un momento de estos, se desata una epidemia de fiebre amarilla, un
brote de peste o de lo que usted prefiera, y el general, el gobernador o el que
pinte algo en el Peñón de Yesveriguel,
se presenta en Londres, pidiendo ayuda a su majestad el rey o la reina de Gran
Bretaña para colocar un hospital en territorio neutro, pudiendo así conseguir
que la epidemia no mate a todos los pobladores del Peñón. Imagínense la
respuesta del monarca, o mejor aún, imagínense las carcajadas que resonarían
hasta en la costa francesa. Mandando al representante español a tomar por donde
se rompen los calderos, y enviando a una buena guarnición de su guardia a la
zona, con estrictas ordenes de coger a todo aquel que intentara salir de la
colonia española, y volver a tirarlo otra vez dentro, por encima de la valla,
de la muralla o de lo que fuera que los españoles hubieran levantado para
defenderse. Esperando a que la peste o la fiebre amarilla les facilitara el
trabajo, y cuando todos los invasores hubieses estirado la pata, entrar y
volver a hacerse con la plaza. ¿Españoles que españoles?, aquí no ha pasado
nada, aquí nunca ha habido españoles.
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