Antes de las ocho de la
tarde hora local, la ciudad del caos y del trafico y del bullicio,
tornó, cambió, el ir y venir de la gente era más rápido, más
descompasado, de lo que marcaría un domingo habitual, sobre todo en
las zonas alejadas del bullicio turístico y de los rebaños de
guiris, pastoreados por jóvenes estudiantes, o que se buscan la vida
como buenamente pueden, o les dejan, algo digan raro, digan especial
se respiraba en las calles y plazas de la villa. El final de la
elecciones nacionales llegaba, esa misma noche se sabrían los
resultados de la segunda vuelta. Pasé junto a una periodista de
France 2, hablaba a cámara, parapetada tras un micrófono azul,
decorado con el logotipo de las elecciones, ya empezaba el escrutinio
dijo. Los gendarmes, vestidos con sus trajes de gala-entiéndase la
ironía-,posicionaban sus porras, y sus gases de pimienta, sobre sus
protecciones , y comenzaban a colocar los cascos en un lugar visible,
las furgonetas de anti disturbios, comenzaban por decenas a ocupar
posiciones por todo el centro de París, sobre todo y en sobre manera
en las inmediaciones de la Plaza de la Bastilla. Hacía allí me
dirigía.
Los coches, las motos no
dejaban de hacer sonar sus claxons, mientras circulaban por las
calles de la ciudad, ignoro si con destino fijo, o simplemente
paseando su alegría y haciendo participe de ella a sus convecinos.
Los policías nacionales, apartados de sus funciones habituales por
los miembros de la gendarmería, se dedicaban a regular el trafico, o
a cortar las calles colindantes, evitando el jaleo, y el bullicio,
todas las avenidas que llegaban desde el río, o desde los bulevares
al centro de la plaza de la Bastilla, estaban cortadas a todo el
tráfico rodado, daba gusto pasear por las anchas calles, que siempre
están repletas de vehículos. En las esquinas, aparecían para hacer
negocio, varios carromatos, furgonetas, y cajones, llenas de todo
tipos de comida, de todas la nacionalidades y olores, mucha gente ya
hacía cola, con su bandera en el hombro y su perrito en la mano. Por
delante de uno de estos quioscos de viandas, pasó un padre en una
bicicleta con carrito, donde llevaba a su hijo, detrás de ambos, una
bandera del partido de la izquierda-cuarto en las primera vuelta-,
ondeaba con el río Sena al fondo.
Una manzana antes de
entrar en la Plaza de la Bastilla-centro de revoluciones antiguas y
ahora tomada por el pueblo como su plaza-, una ambulancia del
hospital cercano, su conductor pasaba aporreando su bocina, y el
copiloto-ambos vestidos de blanco y la cruz en el pecho-, grababa con
un teléfono móvil de última generación toda la gente que aparecía
en el recorrido de su regocijo. Desde las ventanas-mucho más
concurridas de lo normal-, gente descorchaba botellas de champán,
brindaban, y gritaban cada vez que la televisión daba un recuento de
los votos, mientras banderas del partido-futuro-,vencedor, colgaban
de sus ventanas. Entre tanto, yo avanzaba hacía la plaza donde se
levanta la Columna de Julio, en honor a los muertos en la revolución
de octubre, bajé la vista y mis ojos vieron en el suelo confeti.
En la puerta del
supermercado Monoprix, dos vagabundos habituales de ella, que cuentan
con su residencia fija sobre las puertas de este, saltaban contentos,
saludaban a la gente que pasaba a su lado, y gritaban a la vez que lo
hacían las personas que circulaban en el interior de los coches que
hacían sonar sus claxons-nunca les había visto sonreír-, y ahora
se abrazaban entusiasmados, como si el cambio fuera a servir de algo
en sus vidas, como si sus penalidades, el frío que sufren por las
noches, o el tener que buscar la comida que caduca ese mismo día y
que los empleados del supermercado, apartan con cautela, sabiendo que
ellos la volverán a sacar del contenedor de basuras, solo unos
instantes después de que ellos desaparezcan por la puerta del fondo,
pero lo cierto, es que la felicidad, al igual que la tristeza o el
malestar, se contagia. Aún pensaba en los dos hombres, cuando se
cruzo en mi camino una niña, de unos cuatro o cinco años, rubia y
con una gran sonrisa, al pasar junto a ella, me fije, con una de sus
pequeñas manos agarraba el brazo de su madre, con la otra, agarraba
como buenamente podía una rosa roja.
Entrar en Bastilla y ver
lo que es la otra cara de la política, la columna de Julio, casi
siempre inalcanzable por el trafico rodado, permanecía recta y
ducha, a pesar de que su base, llena de restos mortales de sus
antiguos héroes, estaba tomada por la muchedumbre y sus banderas,
eran de muchos tipos y filigranas, aunque abundaba el color rojo. En
la pantalla gigante del fondo, situada donde hasta hace unas horas
estaban dos expedidurias de churros y algodón de azúcar, justo
donde nacen los bulevares, Sarkozy, aún presidente de la república,
sucumbía y con cara sería y bajo los abucheos de las miles de
personas que abarrotaban la plaza, reconoció su derrota y felicitó
a Hollande, a la sazón nuevo presidente. La plaza estalló en
aplausos, y la gente brindaba de nuevo.. Una chica joven, con un
gorro con la bandera de Francia, saltaba a hombros de un hombre,
mientras otra a su lado, mostraba una foto enorme del ya antiguo
presidente de la república junto al desaparecido dictador libio.
Eran poco más de las ocho y veinte minutos de la tarde
Seguí con mis
pensamientos, comparando Francia y España, y me dí cuenta de algo,
ese algo en el que los vecinos nos ganan de largo. En menos de veinte
minutos, tanto el presidente saliente, como el entrante, habían dado
la cara, ante la prensa y ante los habitantes del país, se habían
felicitado, y no se habían regocijado, tirándose mierda el uno al
otro, mientras los restos caía de lleno entre el pueblo que les
vota.
Esta es mi humilde
crónica de las elecciones generales francesas, lejos de datos y
discursos. Poco me importan, las he visto y vivido desde lejos, o
desde cerca, depende de como se mire Simplemente puedo narran con
exactitud lo que ví, y sentí en las calles de la ciudad. La otra
política, la otra felicidad.
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