Les contaba la semana
pasada como se dio el asunto este del asedio de la ciudad gaditana de
Tarifa, pues bien continuemos donde lo dejamos.
Tras la respuesta del
general Copons al general Levall, este no tuvo otra que dar la cara,
a sabiendas de que se la iban a partir, pero mejor eso que una
pataleta de Napoleón y una temporada en el frente ruso, degradado a
petit caporal-ya saben que
cuando el petit se
cabreaba, se ascendía o descendía en el escalafón que daba gusto-,
asique haciendo de tripas corazón, cogió a su chicos y tras
decirles que rezaran lo que supieran, pero mañana nos vamos a meter
de cabeza en la boca del lobo, asique monsieurs, agárrense
los machos, que mañana no vamos a llenar de gloria, y de heroísmo,
y de todo eso, ya saben mon cheris, Liberté,
Egalité y etceteré.
De
lo que nos vamos a llenar es de metralla y pólvora que te rilas-dijo
por lo bajíni un oficial rubio y fortachón-. Situado al fondo de
los oficiales de coraceros.
-Usted
se calla, si no le importa, y ahora me dice su nombre, y dese por
arrestado a partir de mañana, si es que sigue de una pieza,
comprépan o rian.
Por
aquel entonces, la ciudad de Tarifa estaba fortificada, fortificación
que consistía en en el Castillo de Guzmán, y un frágil
cuadrilátero con 26 torreones donde se guarecía la población, a
salvo del fuego enemigo, teniendo a su espalda para poner pies en
polvorosa si fuese necesario, la Isla de las Palomas y el Fuerte de
Santa Catalina. Copons artilló el fuerte, y preparó una cisterna y
almacenes en la isla, sirviéndose de un subterráneo, que ya
existía por entonces, y que todo el pueblo conocía como “Cueva de
las moras”, por si a los franceses se les ocurría tomarse en serio
lo de tomar la plaza.
Todas
las personas que se encontraban en Tarifa, se pusieron manos a la
obra, todos se pusieron codo con codo, cortaron calles, las
barricaron con rejas de ventanas arrancadas, incluso 300 marineros de
la ciudad se alistaron de forma voluntaria, estas fuerzas junto a los
soldados españoles y unos cuantos más ingleses, se postularon,
esperando el ataque francés, ataque que se produjo, pasadas las dos
horas que el general Levall dio de margen.
Los
franceses, destruyeron el torreón de Jesús, abriendo una gran
brecha, por donde se colaron nada menos que 23 compañías francesas,
las cuales fueron recibidas como se merecían por supuesto, con una
lluvia de pólvora y metralla desde cada una de las ventanas que se
abrían a su paso, y desde las cuales los vecinos tenían posibilidad
de zumbarle la badana al francés de turno, caía aceite hirviendo
desde las ventanas mal altas, hasta los chiquillos les lanzaban
piedras desde lo alto de las tapias lejanas. Hay que joderse con
estos españoles-pensaba Lavall, se toman la Gran Armada de Francia a
chirigota, y hasta hacen caricaturas del Emperador, mientras nosotros
les matamos de hambre. Tiene guasa el asunto. Una explosión lo sacó
de su ensimismamiento, las explosiones de artillería, venían
acompañadas de las cargas de turno llevadas a cabo por el personal
que allí se encontraba para la ocasión. Esos campesinos bravos,
pequeños, se van a hacer botas para el vino con las tripas de mis
soldados, pensaba el general Levall, mientras veía caer puntos
azules a lo lejos.
Tal
fue la batalla que presentaron los militares y la población civil de
Tarifa, que el general Levall, no tubo más remedio que recular,
dejando atrás entre muertos y herido a 500 hijos de Francia.
Teniendo que volver, bajándose los pantalones y pidiendo parlamento
al general Copons, mucho más crecido de ánimo el español, y
bastante menos el francés, dejando de exigir que se rindieran, para
pasar a decir que silvuplé,
que si podemos hablar y ya de paso me dejes recoger a los chicos, que
se están desangrando, y como se entere Napoleón allá en la Francia
de la escabechina, me voy a comer un marrón del tamaño del sombreo
de un togueador, que
dicen ustedes.
A lo
que el general Copons contestó, que de toreador nada, que si eso,
será de un picador, y que vale, que le da esa tregua y que además
serán los propios tarifeños los que ayuden a evacuar a los heridos
gabachos. Al final va a resultar buen tio el Copons este, mascullaba
por lo bajo el general francés Levall, además los tiene bien
puestos, que pena que sea español y no un hijo del petit
Emperador de las narices, más cojones y menos parafernalia es lo
que nos hace falta en este país.
Unos
días después, y tras la bajada de pantalones del mandamás gabacho,
el tiempo se puso del lado de el general Copons y de los tarifeños,
pues comenzó a llover sobre la zona como si no hubiera mañana,
tanto fue lo que jarreó que el arroyo que cruzaba la ciudad no dio
más de sí, y el torrente de agua se desbordó directamente sobre
las trincheras francesas, privando de lugar de asedio y de abrigo a
los sitiadores, los cuales el 5 de enero de 1812, tuvieron que
levantar el sitio de Tarifa, huyendo con el rabo y las bayonetas
entre las piernas, dando otro disgusto al petit cabrón,
y a los mariscales emperifollados que revoloteaban a su alrededor,
vestidos como si fueran a salir a una opereta, en vez de a un campo
de batalla.
Tras
esto, los tarifeños encomendados a la Virgen de la Luz-la llevaron a
hombros hasta la muralla-, y los sacerdotes que hablaban de
cepillarse a los gabachos como si nada, que además no es
pecado-decían, expoleándo al ciudadano, para que les sacaran las
asaduras a esos perros infiles gabachos-, esos curas de sotana raída,
que morían muchas veces fusilados en medio de la plaza del pueblo,
mientras escupían en la cara a los soldados franceses que les iba a
picar el billete. Esas personas valientes que morían por defender el
honor de un rey que no era valiente, ni tenía ese honor por el que
sus súbditos derramaban sangre, y se dejaban pintar muriendo y
matando por Francisco de Goya.
Ese
si que sabe pintar bien la furia española, y el sufrimiento francés,
que pena que no estuviese aquí para pintarnos hoy, pensaba el
general Levall, mientras volvía sobre sus pasos, retrocediendo en la
plaza. A ver quien nos pinta a nosotros cuando regresemos a
París....Si es que regresamos.
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