La ciudad de Cádiz
llevaba asediada por las tropas del mariscal Claude Victor y sus
franceses desde hace más de dos años, ya hacía mucho tiempo que el
gobierno español-el mismo que el bastardo rey Fernando VII había
regalado al emperador Bonaparte-, estaba en tierras del sur, desde el
23 de marzo de 1808, el gobierno español se encontraba en tierras
gaditanas, primero en la Real Villa de la Isla del León-la actual
San Fernando-, y luego en Cádiz, cuando la primera fue atacada por
el mariscal gabacho y sus setenta mil soldados.
Corría marzo de 1812,
las cortes de Cádiz, acababan de aprobar La Pepa, la primera
constitución española, donde se abolía el absolutismo que
reinaba-y nunca mejor dicho-, en España desde hacía mucho, y que se
había incrementado desde el gobierno del inepto de Carlos el cuarto
y de su hijo Fernando VII, el mayor traidor de la historia de
España-y hablando de España eso es mucho decir-, hasta puntos
inaguantables. Haciendo también que la Inquisición desapareciera, y
así mismo aparecieran libertades del individuo, como por ejemplo la
libertad de imprenta y de prensa. Y aquí llegamos, pues la historia
que hoy quiero contarles toca de lleno a uno de los personajes que
trabajo en el comité en la que se creo esta libertad.
Ya les digo, que la
constitución de Cádiz, acababa de ser aprobada en el Oratorio de
San Felipe Neri unos días antes. Y el diputado constituyente por
Zamora, Juan Nicasio Gallego, se paseaba a diario por el centro de la
ciudad gaditana, escuchando a lo lejos-y a veces no tan lejos-, las
explosiones fallidas de los cañones francesas desde la bahía,
intentando llegar sin éxito a La Caleta. Ni tan siquiera con los más
imponentes y grandes cañones de la época-algunos podían disparar a
más de tres kilómetros de distancia-, conseguían hacerle el más
mínimo rasguño al ciudad, esta, seguía haciendo vida normal, y
quería la guerra, la casualidad, y la fortuna, que los asediados,
vivieran mejor que los asediadores, pues estos con el puerto abierto,
recibían alimentos, armamento, y todo lo necesario para seguir
adelanta con su vida, mientras que el francés luchaba además de
contra los españoles, con el hambre, el frío, y las chinches que se
reproducían, mientras intentaban tomar la ciudad a esos dos mil
soldados españoles, apoyados por otros diez mil más de origen
inglés-los perros ingleses siempre sacando fruto del árbol herido-,
y de los vecinos portugueses. Tampoco el terreno extraño ayudaba,
las guerrillas españolas hacían de las suyas y asaltaban a las
tropas francesas cuando estas menos se lo esperaban, y estos perdían
la vida entre las marismas fangosas, surcadas por los caños, como el
de Sancti Petri.
Las batallas y los
enfrentamientos eran diarios, la monarquía absolutista estaba
aplazada de momento, y se veía un resplandor al final del túnel, o
eso pensaba el diputado zamorano Juan Nicolas Nicasio, cuando
paseando por lo mentideros de Cádiz, escuchaba a la gente hablar
sobre la evolución del país, unos a favor de que volviera Fernando
VII, con sus ideas medievalistas y su olor sacristía-como
finalmente ocurrió-, y otros a favor del final del absolutismo, del
poder religioso, y de la llegada de la ilustración, para abrirse al
mundo. Entre unas y otras opiniones, el diputado escuchaba cantar
casi a diario a un ciego, un ciego sentado en una de las gradas del
mentidero, cantando y recitando cada día algo distinto, pero siempre
en referencia a la guerra contra el francés.
Uno de estos días,
Nicasio Gallego, decidió parar su paseo diario junto al ciego, y
tras escucharlo durante un rato detenidamente, percibió que el ciego
solo narraba victorias de la escuadra española, pero por otro lado
veía que el asedio no finalizaba, ni tenia visos de hacerlo en corto
espacio de tiempo. Pesaroso por las narradas victorias españolas, el
liberal-que pensaba como otros tantos que el españolito de a pie, se
estaba levantando en armas contra el enemigo que no tocaba, pues lo
lógico era picarle el billete al rey absolutista, déspota y de
corto entendimiento, y mirar al futuro como sus vecinos del norte,
cerca del liberalismo, cerca de la modernidad y de la libertad, como
tantos afrancesados, como él mismo-, temía que si de nuevo ganaba
la guerra los pro-Fernando, España estaría evocada al mayor de los
sufrimientos y perdida de libertad-como ocurrió-, se acercó al
ciego y sentándose junto a él, le pregunto con curiosidad y recelo
a partes iguales, el porque de sus canciones, a lo que el ciego
respondió, que era la forma de informar a los que no sabían leer,
que ellos-por los diputados-, se habían encargado de crear libertad
de prensa y de crear nuevos medios de prensa, pero que no se habían
preocupado de que esas noticias llegasen a la gente que no sabía
leer ni escribir.
El diputado se quedo
sorprendido, y siguió oyendo la perorata del ciego, que seguía
contando victorias españolas, hasta que de nuevo se vio interrumpido
por el diputado, que le volvió a molestar con otra pregunta: ¿Y que
pasa, que los franceses no gana ninguna batalla?, dijo un tanto
indignado. Y el ciego sonriendo, le contestó: “Si señor, pero
esas noticias las dan los ciegos franceses”. El diputado a Cortes
por Zamora, siguió su paseo, viendo la que se le venia encima, pues
con la vuelta de Fernando VII al reino, las constitución fue
derogada y todos los que lucharon por España-mientras este rey y sus
políticos la regalaba al emperador-, fueron encarcelados, entre
ellos nuestro amigo Juan Nicasio Gallego.
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