Hay días-o semanas si me
apuran-, que es mejor no abrir los periódicos, ni los nacionales, ni
los de fuera. La última gran perla aportada por el político de
turno viene de Italia-bueno, la penúltima, ahora me explico-.
Supongo que todos ustedes, avispados lectores conocerán la noticia,
sino, yo se la recuerdo. Resulta, que el alcalde de
Roma-perteneciente al partido de Berlusconi-, va a llevar a cabo una
ley más, en contra de la ciudad, y de sus comerciantes, que son, al
fin y al cabo los que pagan religiosamente los impuestos, para que
ese hermoso caos que es Roma, salga adelante, aunque sea como sale
hoy.
Hablo de la ley
anti-panino, una ley que
prohíbe-de momento solo hasta el 31 de diciembre de este año-,
comer bocadillos y similares en las calles y plazas romanas, parece
ser que el buen político cansado de ver la suciedad que arrastran
los turistas, se ha visto obligado a tomar esta decisión de hacer pagar a
todo aquel que le da al yantar en plena rúa, una multa de entre
cincuenta y quinientos euros. Es un castigo muy bíblico-entiéndase
la ironía-, pues en vez de castigar al culpable, pongamos al turista
o foráneo guarro y desconsiderado que deja el papel, el bote o las
peladuras de naranja valenciana tiradas en las escaleras de la Piazza
Venezzia multa directamente a todos y asunto arreglado, y ya si eso
que Dios reconozca a los suyos, como dijo el anti albigenense Arnaldo
Amalric.
Supongo
que el consistorio romano, no ha tenido otra opción para mantener
sus monumentos-de los más visitados del mundo-, y que parece no dar
de si para mantenerse por si solos, como no hace mucho demostró
Berlusconi, al ceder los derechos de explotación del Colisseo a una
empresa de zapatos. En vez de por ejemplo poner controles en el
transporte público, en los que entra y salen sin pagar un duro tanto
romanos, como turistas, o reglando la ley de terrazas-que existe-,
pero que no se respeta. Solo hay que pasearse por cualquier plaza de
la ciudad italiana, atestada de mesas y sillas ilegales, no se ve un
solo adoquín de la Piazza Navona, del Panteón, o del Campo de´
Fiori, tanto es así, que si la estatua de Giordano Bruno cobrara
vida, se quemaría de nuevo así mismo.
Tal
vez, podrían ponerse las pilas con el poco cuidado que se da a esos
monumentos que tanto defienden para aclarar el porque de las multas
por comer bocadillos, así como evitar que los borrachos orinen en
dichas construcciones, como ocurre casi a diario en la Plaza de Santa
María del Trastevere-lo he visto en varias ocasiones-, y también he
visto a los dóciles carabinieri-y esto no es ironía-, pasar sin
decir nada, sin mirar tan siquiera, a no ser eso sí, que en el grupo
de jóvenes puedan ligar con alguna guapa mujer, entonces sí, se
paran, saludan y hasta se dejan quitar la gorra.
Por no hablar de la
cantidad de comerciantes, vendedores de comida para llevar, que se
ven abocados a la ruina, porque los turistas buscan eso, comer algo
rápido, para poder ver todas las maravillas de la ciudad en los
pocos días que pueden disfrutar de ella, porque no pueden sentarse a
comer en un restaurante a diario, o simplemente porque no les sale
del occipucio pagar por algo que puede hacer en otro sitio, más
rápido y más barato. Sin olvidar a los foráneos, oficinistas,
trabajadores...etc, que son los que plagan los parques y plaza cuando
asoma el buen tiempo, como es normal y sano, me atrevería a decir.
Sinceramente estoy
deseando leer las denuncias, el porque de ellas, y ver como
justifican que la multa sea de una cantidad y no de otra. ¿Serán
superiores las multas de las personas que comen en calles
principales, o con los pies en una fuente?, ¿serán más caras
dependiendo de la cantidad de ingredientes con los que cuente la
pizza?, ¿si el pan es blanco o de centeno?, ¿o si el jamón es
ibérico, o normal?.
Pero no queda aquí la
cosa, pues es normal, a veces sale un político-o lo que sea-,
haciendo declaraciones estúpidas, no se si por ociosas o por
gilipollez adquirida, o aplicando leyes injustas y de risa, y los
demás países, o vecinos, o lo que toque, se ríen de él, le dan
una palmadita en la espalda y le dicen: anda que la llevas buena. La
ley se anula y sin más. Es lo que abría ocurrido con esta ley
anti-bocadillo, pero a veces eso no pasa, por una cosa muy sencilla,
siempre hay un tonto de guardia, capaz de asimilar las estupideces de
los demás y hacerlas suyas. En este caso, el tonto de guardia no ha
sido otro que el vice-alcalde de Madrid, el cual cree, que esta misma
ley podría aplicarse perfectamente en la capital de España, y lo
dice sin reírse y haciéndose el interesante, lo que es preocupante.
Tan preocupante como que un país como el español no tenga un
político que no cante por las mañanas, y que sea capaz de adoptar
como suyas medidas y leyes de verdad, como la del blindaje de la
educación pública francesa, o las medidas contra el despido de
algunas empresas alemanas, donde los trabajadores prefieren trabajar
menos horas y cobrar menos al mes, a condición de que ninguno de sus
compañeros sea despedido.
Lo que trae a colación
la manera de aplicar las leyes en la capital de España-en el resto
también, ojo, pero entiéndanme, el tonto de guardia de hoy es de
Madrid-. Ya me imagino a los comerciantes vendiendo bocatas bajo
cuerda, en callejones oscuros y gritándose uno al otro “agua,
agua” cuando den la vuelta a
la esquina los maderos o los picoletos de turno, a los bocata
dependientes, consumidores compulsivos, metiéndose su ración de pan
y embutido a la sombra del aparcamiento de la Plaza Mayor, o en
calles oscuras. Mientras los vendedores de bocadillos de calamares de
la misma plaza se ciscaran en todo, y saldrán a protestar y
manifestarse a la calle, entonces el ayuntamiento, tomara la ley a
las espaldas y la modificará, creando otro locura -que hará que al
salir al extranjero tengamos que agachar la cabeza de vergüenza
cuando nos pregunten nuestra nacionalidad-, colocando lugares
especiales señalados-como lo son aquellos donde está prohibido
parar o estacionar-, solo para comer bocadillos, eso si, de
calamares, nada más, que para eso son los típicos de la ciudad.
Ya
me imagino a los policías patrullando la ciudad, multando a
vandálicos niños que van comiendo helados por la calle-sin
vergüenza, ni nada-. Imagínense a nuestros simpáticos, agradables
y educados anti-disturbios, corriendo por la calle en busca del
comedor compulsivo de chicles o caramelos, abriendo las bocas a todos
los viandantes por si mascan o chupan algo, multando a los que le den
al mentol. Imagínense al corrupto e ilegal ciudadano que come
caramelos sin permiso de un juez del Tribunal Supremo, cogiendo la
multa de turno, y rompiéndola ante las narices del lansquenete del
Ministerio de Interior, ciscándose en él y en él alcalde-o el
maestro armero-, y este, confundido, sin saber que hacer, sacará su
porra y le abrirá la cabeza, por delincuente, por radical y por
fascista.