Llegados
a este punto, tanto Napoleón como el resto de países europeos-o lo que fuera
entonces esta casa de putas a la que ahora llamamos Comunidad Europea-, no les
quedaban muchas opciones, es decir, o atacar o agachar la cabeza. Napoleón
tenía claro que había llegado a un punto de no retorno, creyendo fielmente que
eran las armas las únicas que podían decidir su futuro y con él el de Francia.
Nadie,
ni dentro, ni fuera de la antigua Galia se creía su nuevo papel de monarca
constitucional, y mucho menos que el viejo emperador se conformase con dominar
los actuales territorios franceses, por ellos los miembros del Congreso de
Viena, los mismos que lo habían declarado fuera de la ley, crearon la Séptima
Coalición, una alianza militar formada por 150.000 hombres con el fin de
aplastar al corso.
Pero
Napoleón viejo, cansado, perdido, y todo lo que ustedes quieran no se dejó
neutralizar ni un segundo, y como buen estratega se puso en movimiento. Su idea
era muy simple, y a la vez muy clásica, contando con dos puntos a tener en
cuenta, el primero de ellos consistiría en atacar antes que tener que
defenderse, y el segundo era un principio básico militar: divide y vencerás.
Intentó
convencer por separado, a cada uno de los estados integrantes de la Séptima
Coalición para que no invadieran Francia, pero la negativa de todos los
miembros se escuchó a lo largo de la campiña gabacha, por no hablar de las
risas. El rebote que se cogió el petit
cabrón fue de los que hicieron historia en París, los caricaturistas de Le Moniteur Universel se pusieron las
botas a costa del Corso, y este, decidió tirar por el camino de en medio.
Ese
camino no era otro que su especialidad, la invasión, la guerra sorpresa, y ese
ansia de poder lo llevó a saltar sobre la coalición como única forma de
mantener el puesto. El primer paso era atacar a las tropas aliadas que se
encontraban en Bélgica, mientras estaban en formación y neutralizarlas antes de
que se le echaran encima, acorralando a su vez a las tropas de la Pérfida
Albión contra la costa, y así, al mismo tiempo dejando a los prusianos fuera de
la contienda.
Pero
en gorrino le salió mal capado al Corso y el enfrentamiento llevado a cabo en
Bélgica entre franceses y las tropas de las Séptima Coalición acabó como el
rosario de la Aurora, este cúmulo de pequeñas batallas, de pequeñas luchas, de
escaramuzas acabaron confluyendo en la -tristemente conocida, sobre todo para
los gabachos-, Batalla de Waterloo.
Realmente,
la grandiosa batalla de Waterloo, no fue tal, sino más bien un cúmulo de batallas
o enfrentamientos. El primer envite tuvo lugar el 16 de junio de 1815 en las
inmediaciones de Ligny, está primera escaramuza acabó con la victoria de las
tropas napoleónicas, haciendo retroceder a los prusianos sorprendidos por el
golpe sobre la mesa dado por el Corso. Ese mismo día el Mariscal Ney, al mando
del ala izquierda gala, bloqueó a las fuerzas anglo-aliadas en Quatre-Bras,
cuando estas se dirigían a sacarles los buñuelos del aceite quemada a los
aliados prusianos del frente de Ligny, y que se estaban llevando la del pulpo
de manos de los enfantsdelapatrie.
Dos
días después, el 18 de junio de 1815 se enfrentaron de nuevo en el campo de
batalla de Waterloo, en el que sería el enfrentamiento decisivo para la campaña
y para la vida pública del Corso. Durante gran parte del día las tropas
francesas, con su emperador a la cabeza atacaron las posiciones
anglo-aliados-con el duque de Wellington al mando-, en lo alto de una colina,
pero lo que en un principio parecía una clara victoria de los chicos de Bonaparte,
se torció al caer la tarde, cuando los prusianos de Gebhard Leberech Von
Blücher aparecieron en pantalla, devolviendo así la suerte a Wellington y a la
Séptima Coalición.
Al
mismo tiempo en el que los Bonapartistas se partían el espinazo contra Wellington
y Von Blücher en Waterloo, en otro punto de la geografía belga se llevaba a
cabo la batalla de Wavre, la cual fue una victoria táctica de los
bonapartistas, pero como comprenderán a pesar de salir victoriosos, el asunto
fue poco fructífero, ya que los prusianos consiguieron frenas el avance
francés, cuyas fuerzas podrían haber salvado el culo a Napoleón y a los suyos.
Estos,
tuvieron que volver a París con el rabo entre las piernas y mirando de reojo a
su espalda, no fuera a ser que se escapara algún bayonetazo perdido y los
dejara listos de papeles. Tres días después de la estrepitosa derrota llegaron
a la capital francesa, y allí, el emperador a pesar de las negativas de las
cámaras y de la opinión pública, aún mantenía la esperanza de poder preparar
una resistencia nacional. Nada más lejos de la realidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario