La historia nos lo ha
demostrado una y mil veces, la mezcla de espiritualidad y de creencias irracionales
suele ser muy peligrosa. Sobre todo cuando el asunto va acompañado de
ignorancia supina y de manipulación por parte de los listos de siempre. La
historia de hoy de nuevo lo demuestra.
Pero primero vayámonos a unos años antes, concretamente a
1492. Ya saben el año por excelencia de los Reyes Católicos; el año de la
Reconquista de Granada, el del descubrimiento de América. Pero también el año
de la persecución y expulsión de los judíos. Estos huyeron a Portugal,
refugiándose de la persecución de los Reyes españoles. Allí se la prometían
felices, pero como todo se pega en el año 1497 el rey de Portugal decidió que
era hora de acabar con cualquier opción religiosa salvo la suya. Ya se
imaginan al tipo en cuestión, tolerante
que te rilas, gritando a los cuatro costados que el Rey es él, y que a él le ha
puesto su Dios y que luchará por imponer su buen nombre sobre cualquiera que
ose comprometerlo. Y que si se tiene que cepillar a una comunidad entera para
demostrarlo lo hará, pasando por la quilla a moros y cristianos, y ya si eso
que Dios reconozca a los suyos.
Los judíos, al igual que todos los demás practicantes de
cualquier tipo de religión o rito diferente al cristiano debieron convertirse a
la que su rey consideraba única y verdadera, sino serían expulsados o
asesinados. Como se imaginará querido lector, la mayor parte se acogieron a eso
de la conversión al menos de puertas de casa para afuera, haciendo lo que les
placía en su interior. No es nada nuevo, y sino que le pregunten a los moriscos
españoles.
Así avanzaron las cosas, los judíos conversos llevando a
cabo sus ritos a escondidas, y los cristianos viejos mirando con recelo y mala
catadura a los nuevos cristianos. Hasta que en el año 1506 se desató una plaga
de peste negra en Portugal. El enfrentamiento entre cristianos y judíos
conversos se encendió de nuevo, pues los judíos conversos no enfermaban con
tanta facilidad como los cristianos, y éstos les acusaban de ser los culpables
de sus males. Todo se tensó mucho, a pesar de la sencilla explicación del
asunto, y que no es otra que la falta de higiene. Pues epidemias como la peste
negra nace de esa misma falta de limpieza, cosa que no acuciaba a los judíos
pues el agua es un elemento indispensable en sus ritos, no siendo así para los
cristianos. Pues pensaban que si el cristiano tenía el corazón limpio, también
tendría el cuerpo. Se pueden imaginar cómo olía el asunto.
Pero la cosa se enredó mucho más el día 19 de abril de
1506, cuando se juntó en la iglesia de Santo Domingo de Lisboa una ingente cantidad
de personas, buscando mediante sus rezos que se paliara el avance de la plaga.
En esas estaban, cuando un rayo de luz de la preminente primavera lisboeta se
coló por la puerta y fue a dar en un cristo situado en el altar mayor. Se
imaginaran el alboroto, todos los allí presentes comenzaron a gritar
¡¡¡Milagro!!! y los frailes presentes comenzaron a cantar loas al cielo. Todos
menos uno, pues una persona se levantó y dijo que eso no era un milagro, ni
nada de nada, que sólo había sido una casualidad de la naturaleza. Nada más.
Todos los cristianos viejos allí presentes se
escandalizaron, y comenzaron a llamar hereje y demoniaco al tipo. Pronto
pidieron que se identificara, querían saber quién era, y todo se salió de madre
cuando descubrieron que era uno de aquellos judíos conversos. Pronto empezaron
los ataques sobre él y sus allegados. Lo que parecía ser un caso aislado, se
generalizó porque los frailes dominicos del convento de Santo Domingo animaron
a todos los verdaderos cristianos a acabar con todos los judíos conversos de la
ciudad. De nuevo la espiritualidad mal entendida, y mezclada con la creencia
irracional de unos frailes fanáticos trajo consigo las cuarenta y ocho horas
más sangrientas de la ciudad de Lisboa.
En solo dos días fueron asesinados más de cinco mil
judíos conversos. La revuelta fue frenada después de este tiempo por las tropas
del rey, pero no porque la masacre fuera una locura en sí, sino porque la
algarabía se había llevado por delante a un noble de la ciudad-suponemos amigo
del rey de turno-, que no era judío y al que habían confundido con uno de los
conversos. Pero a pesar de frenar por interés la revuelta, el daño ya estaba
hecho y el antisemitismo en Lisboa fue en aumento, hasta que en el año 1540 se
estableció allí el Tribunal de la Santa Inquisición. Lo que trajo consigo la
huida de miles de judíos desde Portugal y España a lugares más tranquilos como
eran Los Países Bajos. Hoy pueden visitar en el Largo Sâo Domingos de Lisboa,
frente a la iglesia donde comenzó todo un pequeño monumento dedicado a los asesinados en estos aciagos días.
Como ven los radicalismos religiosos no son un invento
moderno, las persecuciones y los asaltos salvajes no son asuntos nuevos. Pero
también hay que tener en cuenta otro hecho, y es la falta de memora histórica.
Pues hay pueblos que han sufrido y han sido perseguido durante toda su historia
sin aprender nada, pues aplican a sus
vecinos el castigo que ellos sufrieron, creyéndose por encima del bien y del
mal. Pero en este caso último la culpa no es sólo del radicalismo religioso,
sino también al egoísmo político y económico.
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