Estábamos en la mañana
del día 28 de marzo de 1809, cuando después una valiente y cruenta batalla por
parte de las tropas del ejército español, acompañada de la población de Vigo y
alrededores, el general Chalot y el resto de sus chicos, abandonaron por
primera vez una ciudad conquistada por las Águilas napoleónicas.
El héroe local “Cachamuiña” se había quedado en su casa,
comiendo como Dios manda después de la victoria, y retozando con su señora o
con la que fuera, que para eso le habían dado una licencia de la tropa.
Mientras Pablo Morillo y Morillo, siguió avanzando con sus tropas detrás de las
huestes francesas, que estaban heridas moral y físicamente. A los primeros los
cazó en Marín, aprovechando que allí había un destacamento gabacho que no se
había enterado de la tostada. Por mar les ayudaron las fragatas de la Pérfida
Albión: Lively y Venus. Que de nuevo les metió pólvora y zurriagazos por le culé, desde la ría de Pontevedra a
los de La
Grande Armeé. Este ataque rápido y directo, hizo huir a los franceses de la península del
Morrazo, refugiándose en la ciudad de Pontevedra.
Y allí que se fue Pablo Morillo con sus chicos, que
después de las dos rápidas victorias se habían venido arriba, y como no hay dos
sin tres, pues a por ellos que se fueron. Llegaron bien pertrechados de
munición y fuerza a las inmediaciones de Pontevedra el día 7 de junio de 1809.
Al verse con el agua al cuello, o más bien con la navaja de un palmo rebuscando
entre las sus asaduras, las tropas gabachas decidieron levantar de nuevo el
campamento, intentando esta vez resguardarse en Santiago de Compostela. Esperando
allí la llegada de las tropas de
refuerzo desde La Coruña.
Al enterarse de estas intenciones, Pablo Morillo, se dijo
a si mismo que ni hablar del peluquín, o de lo que hablaran en Pontevedra a
principios del siglo XIX. Fue entonces cuando encargó a sus hombres que
cortaran el avance de la columna de los soldados napoleónicos, evitando por
todos los medios que se refugiaran en la ciudad del apóstol. Hicieron sus
cálculos, y entre todos dieron con el lugar idóneo para dar el golpe de gracia
a lesenfantsdelapatrié. Este lugar sería en las inmediaciones de Ponte
Sampaio, sobre el río Verdugo.
Al teniente español, teniendo en cuenta la que se les
venía encima pareció hacerle gracia el nombre del río, y dijo que sí. Que venga, que vamos a enseñarles a estos
chulos y arrogantes, como hacemos aquí eso de al pasar la barca me dijo el
barquero. Y después de desmontar dos ojos de los diez que tenía el puente-algo
muy normal en la defensa de la época, ya lo habían hecho en el del Zuazo, en la
Isla de León los españoles, y a su salida de Zamora las tropas inglesas-,
comenzaron a parapetarse en la orilla sur, a la espera de los queridos vecinos
del norte. Al mando quedaría el alférez de navío irlandés John O´Dogherty
Browne, que a pesar de sobrevivir a la batalla y morir ya retirado, se quedó en
la zona. Hoy su cuerpo descansa en el cementerio de Os Eidos de Redondela.
Cuentan las crónicas que a falta de armas de gran calibre
-tan solo contaban con dos cañones que habían llegado desde Marín, y tres de
Redondela-, los futuros héroes de Ponte Sampaio, hombres y mujeres que
integraron las milicias que apoyaban al ejercito oficial, contaron en sus filas
con el bisabuelo del barbudo de Bricomanía, y se lanzaron a la creación de
cañones caseros. Los elaboraron con troncos de roble agujereados, a los que
denominaron canón de pau, y que
fueron capaces de resistir una docena de detonaciones antes de reventar
quedando inservibles.
Cuando llegó el ejército francés, encabezado por el
mariscal Michael Ney, a la sazón duque de Elchingen, príncipe de Moscova y
comedor de marrones profesional, se encontraron a grupos de campesinos y
marineros con mucha mala baba, apoyados por los chicos de Morillo. Entre todos
les dieron lo que no estaba escrito, lo que le produjo bastantes bajas al
contingente gabacho, entre heridos y muertos. Lo que al día siguiente llevó a
Ney, a ordenar a sus chicos atacar por la zona de Ponte Calderas, un par de
leguas por encima, y donde aún el puente se encontraba en perfecto estado de revista.
Al otro lado, paisanos de O Morrazo, Pontevedra y A Lama, se atrincheraron en
una de las entradas del puente, recibiendo tres duras cargas de los mamelucos,
la caballería de elite del petit
cabrón. Pero ni con esas oye, los vecinos de nuevo apoyados por el ejército de
Morillo-al que tras esto apodarían el León de Sampaio-, se defendieron como
gato panza arriba, con piedras, cañones caseros y armamento de otras épocas.
Imaginen al cimarrón bronca, o al chispero socarrón cargando, y disparando el
viejo trabuco del abuelo con parsimonia, mientras cantaba "Vexo Cangas, vexo Vigo…zasca en la cabeza del soldado de
infantería…tamén vexo Redondela, vexo a
Ponte Sampaio…raca, otro gabacho al cielo…camiño da nosa terra”.
Y claro el bueno de Michel Ney, con su ducado y su principado
pues se la tuvo que envainar, y guardarla en formol para otra ocasión, poniendo
pies en polvorosa. Seguido por las tropas de Morillo, y hostigado en los
flancos laterales por los guerrilleros, que a esas alturas de la película eran
peor que moscas cojoneras. En esas estuvieron hasta que llegaron a Lugo, donde
esperaban refuerzos. Pero donde se encontraron algo distinto. Allí les esperaba
el mariscal Soult y sus hombres, a los que habían echado de Portugal con viento
fresco, tanto o más como el que llevaba Ney y los suyos. Visto lo visto, no les
quedó más remedio que cogerse de la manita y dejar Galicia atrás para no volver
más.
Mientras
se iban abatidos y tristes. El maricasl Ney cabizbajo, pensando lo que les
esperaba ahora, escuchó al jefe de los mamelucos tararear, con su fuerte acento
normando la cantiga que habían entonado los del puente, mientras acababan de
mandarlos a tomar por donde se rompen los calderos: “Vexo Cangas…”. Ney lleno de ira estuvo a punto de mandarlo
fusilar, pero se dio cuenta de que la entonaba bien el muy cabrón.
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