Manuel Belgrano fue
intelectual, economista, periodista, abogado y sobre todo político y militar.
Un tipo inteligente e íntegro, así como uno de los idearios y realizadores de
la revolución que el 25 de mayo de 1810, quitó el trono bajo las posaderas
holgazanas y absolutistas del virrey Cisneros en Buenos Aires. Convirtiéndose esta
algarada, en el punto de partida para la muerte de los antiguos territorios virreinales
del Río de la Plata, y el nacimiento de las actuales Argentina, Paraguay,
Uruguay y Bolivia.
Belgrano no solo fue un importante intelectual que
estudió en España, pasando entre otros lugares por la universidad de Valladolid
o de Salamanca. Un criollo ilustrado en la península, que no tardaría en
revolverle las asaduras al despotismo fernandino. También fue un hito y un
enemigo temible en el campo de batalla. Siempre se dejó de medias tintas, y
cuando vio que la guerra de la independencia caía del lado realista, tras perder
los patriotas la transcendental batalla de Huaquí, fue enviado a poner orden.
Allí se fue, pidiendo a mitad de camino permiso para crear una escarapela que
diferenciara a sus soldados.
Se
le concede la petición, y el asunto finaliza en la jura a una bandera azul
celeste y blanca al cincuenta por ciento, cosida por una vecina de Rosario. Ese 27 de
febrero de 1812, pasaría a la historia por ser la primera vez que unas tropas
jurarían la futura bandera de Argentina. Por supuesto el gobierno central
porteño y su director, un tal Rivadavia le agarró los machos al bueno de Manuel,
diciéndole que se guardara el trapito y siguiera usando la enseña española. No
me toque las pelotas Belgrano, no vaya a ser que nos salga el marrano mal
capado, aparezca el maldito Fernando VII de las vacaciones francesas, y nos afeiten a ras de nuez por andarnos con
divisas extrañas.
El caso es que a regañadientes, pero Belgrano se la
envainó. Poniéndose acto seguido a remendar las tropas, que después de caer en
la batalla anterior estaban hechas un guiñapo. El asunto pintaba mal, la mitad
de los soldados con los que contaba habían caído muertos o enfermos, solo
contaba con seiscientos fusiles para mil hombres, y por si fuera poco, después
de hacer cuentas solo quedaban veinticinco balas para cada arma. Vaya chollo me
he buscado tuvo que pensar-y con razón-, Belgrano. Más si cabe cuando al llegar
a Jujuy, vio que la población estaba a punto de ser pasado a cuchillo por la
cercanía de los realistas, mientras los oligarcas rioplatenses ya mantenían
contactos con los enemigos para hacer negocios-lo de siempre vamos-. Belgrano
se puso serio, y a los negociantes les dejó el asunto claro; o lo quemáis todo
y os largáis con el pueblo a poneros a salvo-dijo-, u os fusilo a todos ahora
mismo por traición a la patria, y me voy de aquí con el resto de justos de ésta
Sodoma americana. Ante tal amenaza todos dijeron; si guana, faltaría más guana
y pusieron pies en polvorosa buscando un lugar más cómodo. Esta fase pasaría a
la historia como el éxodo Jujeño, y serviría para salvar la vida a toda la población
del norte del país, algo que no era poca cosa según pintaba el asunto.
Al poco de refugiarse en un lugar seguro, en las
inmediaciones de Tucumán-a unos doscientos cincuenta quilómetros del punto de
partida-, llegó la orden desde Buenos Aires para que Belgrano abandone el grupo
y baje a la franja Oriental-actual Uruguay-, para meterle pólvora a Artigas y
sus muchachos. Belgrano se niega y se queda en Tucumán, donde el 24 de
septiembre de 1812 se enfrentará por primera vez a las tropas realistas. El
resultado; le cayó la del pulpo a los defensores del Imperio Español, y su
líder el capitán Tristán, como gran héroe que era en vez de dar la cara, salió
huyendo. Belgrano, dice que de eso nada, y va detrás de él y de sus chicos. Da finalmente
con ellos casi cinco meses después, el 20 de febrero de 1813 en Salta. Y allí
sin contemplaciones se los vuelve a pasar por la piedra, infringiendo
quinientas bajas mortales al bando del huidizo capitán realista. Lo que a la
larga sería un punto clave en el dominio final del territorio.
Y aquí llego a lo que venía, permítanme un minuto. Por
las victorias de Tucumán y Salta, Belgrano recibe como premio cuarenta mil
pesos –una barbaridad se mire por donde se mire-. Pero él como buen patriota-de
los de verdad, no de los de boquilla que tanto abunda ahora-, dice que no
quiere saber nada del dinero, que él defiende su tierra y sus ideas. Pide que
ese dinero se utilice para crear cuatro escuelas públicas, éstas se construirían
en cuatro diferentes puntos del país, coincidiendo con los territorios más
pobres y que más estaban sufriendo las campañas militares. Mientras él y sus
tropas, volvían al Alto Perú para seguir con la lucha.
No se sorprenderán si les digo que el dinero de Belgrano
se perdió durante décadas, cayendo en el lugar posiblemente más oscuro y
tenebroso del país, y que aún hoy sigue existiendo. La deuda pública de la
provincia de Buenos Aires.
La primera escuela que se creó fue al de Santiago del
Estero en el año 1822, casi diez años después de la cesión del dinero, pero el colegio
cerró sus puertas para siempre en 1826. La escuela de Tarija fue inaugura por
Juan Perón y Evita, ciento treinta y siete años después, y no contentos con eso
aún tardaron treinta y siete años más en finalizar las obras y abrirla. La
tercera, la de Tucumán se construyó durante el gobierno de Carlos Menen-entre
1989 y 1999-, y pasó a la historia por la extraña desaparición de trescientos
mil pesos del fondo para su construcción. Finalmente la escuela de Jujuy se
terminó en el año 2004, ciento noventa y un años después de que Belgrano
pusiera el dinero para la construcción.
Como ven, en todos lugares cuecen habas y hay garbanzos
negros. Lo de la corrupción, el robo significativo y continuado de fondos
públicos para educación y sanidad se viene dando desde lejos. Pero ya no es
solo que los gobernantes robaran el dinero de un héroe nacional, dinero que había
cedido para algo tan filantrópico como la construcción de escuelas en zonas
desfavorecidas. Sino que además de hacer las cosas tarde se hacen mal, pues si
contamos los intereses acumulados por los cuatrocientos mil pesos durante estos
casi doscientos años, se podrían haber construido centenares de escuelas a lo
largo y ancho de todo el país.
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