Durante los primeros años del siglo XX apareció en el
panorama catalán en general y barcelonés en particular un sangriento escenario,
fue un punto de no retorno, una especie de guerra civil, de ataques y venganzas
que siempre surgían en torno al sector industrial y obrero de la capital
catalana. Los bandos eran marcados, aunque vistieran de forma similar y
actuaran de manera parecida. Pero su finalidad era distinta.
Por un
lado estaban los empresarios, los dueños de las empresas, de las industrias, de
las plantas de trabajo que explotaban a los trabajadores exprimiéndolos al máximo
por un sueldo mínimo, sin apenas descansos y por supuesto sin derechos sociales,
de enfermedad o jubilación. Éstos, los dueños del parné, tuvieron que
enfrentarse en un momento dado a la aparición de los sindicatos, que en aquella
época sí se preocupaban por los trabajadores, y se partían la cara con quien
fuera para defender sus intereses y sus derechos. Los obreros, viéndose amparados
por los sindicatos, y realmente convencidos de que debían luchar por sus
derechos, comenzaron a llevar a cabo huelgas, protestas y manifestaciones, lo
que evidentemente no gustó a los empresarios, que tenían más parné que
paciencia, y mucho más aún que empatía para con sus trabajadores.
Las
huelgas iban a más, los anarquistas se metieron por medio y radicalizaron algunas
marchas y protestas. Los empresarios tiraron, como se suele decir, por la calle
de en medio, pensado ─supongo─ que esa era la forma más sencilla para acabar
con las luchas y peticiones obreras. Así fue como apareció la Unión de
Sindicatos Libres, un sindicato nacido a manos de militares carlistas
catalanes, que se fundó en el año 1919 en el seno del Ateneo Obrero Legitimista.
Pronto este sindicato formó una especie de brazo armado, que se ofreció o que
colaboró en cierta manera con los empresarios de la ciudad. Auspiciados por
Eduardo Dato, el empresariado catalán, el gobernador civil de Barcelona, el
general Martínez Anido y más tarde por del
dictador Primo de Rivera llevaron a cabo una forma de terrorismo de Estado. El
sindicato contaba con una serie de matones, denominados como Pistoleros Blancos,
que se dedicaron a atacar, secuestrar y asesinar a destacados trabajadores y
sindicalistas, para intentar así frenar sus reivindicaciones. En el otro bando
evidentemente estaban los obreros, los sindicalistas y los anarquistas. Como se
imaginarán el asunto no acabó muy bien que digamos.
Recordaba
esta época convulsa que ahora ignoramos en demasía, pensando que los derechos
de los trabajadores ─esos que ahora cada vez son menos derechos. Pisoteados y
vilipendiados ante la estulticia de los políticos y el inmovilismo de los
trabajadores─ aparecieron de forma mágica y limpia, cuando en realidad fueron
conseguidos a base de lucha, de valentía y de insistencia. Lo recordé mientras
buscaba otra información diferente, así me encontré con una copia de la cabecera
del diario El Sol del día 11 de marzo
de 1923, en ella se podía ver la imagen de un tipo bien vestido, elegante, tocado
con sombrero. En la página se leía: Anoche fue muerto a balazos, en las calles
de Barcelona, el “Noy del Sucre”
El Noy ─o
noi─ del Sucre, fue un tipo que se movió por este mundo como pez en el agua,
aunque fue muy diferente al resto de sindicalistas que había por las calles de
Barcelona. El Noi del Sucre, que en realidad se llamaba Salvador Seguí Rubinat,
natural del pueblo leridano de Tornabous, fue uno de los más destacados
anarcosindicalistas de la España del siglo XX. Pintor de profesión, de formación
autodidacta y seguidor de la Escuela Moderna de Francisco Ferrer y Guardia.
Desde joven se relacionó con personajes importantes de la cultura y de la política
que se encontraban en el Ateneu Enciclopèdic
Popular. Con 29 años fue nombrado presidente del Ateneo Sindicalista, y allí
fundó y organizó su biblioteca ─convirtiendo el lugar en el centro Superior de
Estudios Sindicalistas y Anarquistas─. Desde el primer momento intentó convencer
a las clases obreras de que el mayor arma de la revolución era la educación, la
preparación intelectual, cultural y técnica de los trabajadores.
En el
año 1916 comenzó a negociar para que la CNT y la UGT llevaran a cabo un pacto
de unidad, un frente único para llevar a cabo una huelga general de
veinticuatro horas, que continuaría con la huelga indefinida del año 1917. Un
año después fue elegido secretario de la CNT de Cataluña, donde siguió
defendiendo la educación como bandera de la clase obrera. En diferentes
congresos posteriores criticó y se opuso a las acciones más exaltadas, más
violentas llevadas a cabo por diferentes miembros ─compañeros─ de la CNT. De la
misma manera propuso en diferentes actos llevados a cabo por toda España que la
CNT se retirase de la Tercera Internacional.
Fue
detenido en numerosas ocasiones por sus ideas y su lucha, pero sobre todo llama
la atención su participación durante la huelga de la eléctrica conocida como La Canadiense, a pesar de estar
detenido, consiguió quedar en libertad el día en que se puso fin a la misma,
pero aun así fue capaz de llegar a la plaza de toros de las Arenas de Barcelona,
donde se había organizado la asamblea del comité de huelga e informar mediante
su gran oratoria de los acuerdos alcanzados en las reuniones con el gobierno.
Después
de esta victoria conseguida para la clase obrera fue detenido y deportado,
junto al histórico Lluís Companys y otras treinta y siete personas más al
castillo mahonés de la Mola. Ya en libertad y de nuevo en Barcelona, paseaba
junto al también anarcosindicalista Francisco Comes “Perones” por la calle Cadena de Sant Rafael del barrio
de El Raval, donde los pistoleros blancos del Sindicato Libre los esperaban. El
Noi del Sucre murió en el acto, y su acompañante fallecería días después.
Esta época
de plomo terminó con veinte pistoleros blancos asesinados por grupos de
trabajadores o anarquistas, que acabaron con ellos en respuesta a las más de
doscientas muertes de obreros asesinados a sangre fría por las calles de
Barcelona. Como la mayor parte de los muertos que se produjeron durante esta época,
la figura de Noi, el sindicalista que condenaba la violencia de algunos compañeros,
que buscó que la base de la lucha obrera se centrara en la educación y que en
otra época, y gracias a su oratoria, podría haber llegado a cualquier estamento
político del país defendiendo a los obreros, también quedaría en el olvido
durante demasiados años. Enterrada, junto a su cuerpo en el cementerio de
Motjuic, donde sigue a día de hoy, a unos pocos metros de la tumba de su
querido Ferrer y Guardia ─padre de la Escuela Moderna─.