Fue marinero, ilustrado e inteligente, mucho más de lo que se puede decir de los políticos y gobernantes de su época. Su nombre, Alejandro Malaspina, español de origen italiano, sobrino del virrey de Sicilia. Él, aprendió todos los rudimentos de navegación en la isla de Malta, viajero empedernido y luchador nato recorrió el globo varias veces, y pasó la mayor parte de su vida repartiendo estopa a todo británico que se le ponía a tiro, en esa época la lucha contra la Pérfida Albión era el caramelo más deseado en las manos de un mercenario español.
No
tuvo una vida fácil, se puede decir que fue uno de los grandes perdedores de
nuestra historia, un gran hombre que hizo mucho por su país y que fue relegado,
olvidado y su honor pisoteado por sus gobernantes, cuatreros con valija
diplomática. Incluso fue denunciado ante la Inquisición por hereje, por lo
visto también tenía “buenos amigos”. En este asunto, Malaspina tuvo suerte y no
fue juzgado, porque ese mismo año participó en el tercer asedio a Gibraltar, y
no cabía duda por muy inquisidor que se fuera, un tipo como Alejandro Malaspina
estaba mejor dando cañonazos a los protestantes en el Peñón, que ardiendo en
una pira a afueras de Madrid por culpa de una posible acusación falsa- como la
mayoría- de un compañero o vaya usted a saber de quién.
El
caso es que un día del año 1788, él y su amigo José Bustamante y Guerra
convencieron al rey Carlos III para llevar a cabo una expedición político-científica
por la mayor parte de las posesiones españolas en el mundo. El rey, casi en su
lecho de muerte aceptó, y ese mismo año zarparon dos corbetas -la Descubierta y la Atrevida- del puerto de Cádiz-allí una placa lo recuerda-.
Embarcados en ellas, además de los dos intrépidos viajeros iban botánicos,
geólogos, astrónomos, cartógrafos y dibujantes. Durante más de seis años
recorrieron América y Asia, desde el río de La Plata a Vancouver y desde
California a Manila, portando a la vuelta una cantidad ingente de información,
colecciones de botánica y minerales, así como más de setenta nuevas cartas
náuticas de América. Más información de la que recogería ningún otro marinero o
estudioso en toda la historia de España. Con
esta carta de presentación sería lógico pensar que a su vuelta,
Alejandro Malaspina y José Bustamante y Guerra fueran recibidos con todos los
honores, se les levantara una estatua y fueran recordados como unas de las
personas más importantes de la historia del país. Pero no, nada más lejos de la
realidad, en vez de recibir un homenaje, les apalearon, así se portó la
sociedad de la época con ellos, una sociedad desagradecida, corrompida y
oportunista. No se sorprendan, en tres siglos tampoco ha cambiado tanto.
A
su vuelta en el año 1794 ya no gobernaba Carlos III, partidario de la
contribución al enriquecimiento de la cultura, sino su hijo Carlos IV. El rey,
pidió que le presentaran el informe del viaje a su primer ministro, Manuel
Godoy. Éste, por entonces ya tenía en
sus manos los designios de España, y al recoger el importante informe del viaje
dio una palmadita en la espalda a Malaspina, lo nombró brigadier para
quitárselo de encima y le dijo, “ya te
llamaremos”. Lo que no le dijo era que su gobierno no pensaba publicar
ninguno de los nuevos datos conseguidos tras la expedición, que el asunto estaba
muy mal con eso de la guerra del Rosellón, y que tenían a los franceses en la
frontera esperando el mínimo fallo de él y de sus muchachos para saltar encima
de la corona hispana. En fin, que no estaba el aceite para buñuelos, ni las
arcas del estado para gastar dinero en cultura y descubrimientos.
Si
todo esto hizo caer en el desconcierto y
el desengaño al soldado Malaspina, la resolución tomada por Godoy después de leer el informe
del viaje acabó de abrir los ojos del marinero. En el informe político y
confidencial se hablaba de forma favorable de la idea de ampliar la autonomía
de las colonias, lo que fue tomado por Godoy como un acto de traición contra el
reino y la corona. Alejandro Malaspina viéndose sentenciado por los
acontecimientos decidió morir matando, y participó en la conspiración de 1795
para derribar al primer ministro del rey Carlos IV. La revolución fracasó, y
tras un dudoso juicio Malaspina fue a dar con sus huesos a la cárcel del
castillo de La Coruña. Cierto es, que aunque este movimiento no fructifico dejó
sentenciado el poder de Godoy, fraguándose años más tarde su caída definitiva
durante el motín de Aranjuez en el año 1808.
Finalmente
al defenestrado Malaspina lo salvó Napoleón Bonaparte, deportándolo a Italia donde
formó parte de la nueva idea de gobierno napoleónico en esa península. Por
supuesto, no volvió a pisar tierra española en el resto de su vida.
Por
otro lado, su trabajo de investigación
estuvo amontonado e inutilizado durante noventa años, cuando Pedro de Novo
decidió hacerlo público pero de forma parcial, ya que una gran parte de los
estudios se perdieron para siempre. Hoy en día, su labor aún no ha sido
reconocida, su figura junto a la de José Bustamente sigue a la sombra de otros
viajeros, como Cook, La Pérousse o Bougainville. El nombre y la obra de
Alejandro Malaspina no figura en la memoria colectiva, ni en los libros de
historia, tampoco sus retratos cuelgan de las paredes de las grandes galerías
de los museos, salvo en la del museo naval de Madrid. Como otros muchos grandes
personajes valedores de nuestra cultura y nuestra historia, Malaspina y
Bustamante han sido olvidados y despreciados por el paso de los años y de la
historia patria. Esperemos que pronto sean reconocidos como se debe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario