Hace un par de días asistía a unas jornadas doctorales ofrecidas por la universidad pública en la que curso mi trabajo de investigación doctoral. Es el segundo año en que se realizan y cubren la mayor parte de los días de una semana de noviembre o diciembre. Sus temas versan en torno a la vida de investigación universitaria. Este año concretamente lo hacían sobre un importante tema a tener en cuenta por todos los que nos encontramos en un momento decisivo para nuestra vida profesional: la transferencia de la investigación a la empresa. Un tema llamativo, interesante, al menos en un primer momento. Las presentaciones, jabonosas y cercanas al tedio como se acostumbra en estos actos, se alargaron durante más de media hora para después dejar paso a las primeras conferencias de la mañana, dos en concreto. En éstas se lanzaban peroratas sobre cómo dar el salto de la investigación universitaria al mundo laboral, y como suelen en su discurso mostraron por las humanidades el mismo interés que acostumbran: ninguno.
El grueso de las conferencias
impartidas en ese día, como en las de los demás, se centraron en mostrar las
herramientas y los programas proyectados por la universidad para, una vez
terminada la tesis, poder encontrar un puesto laboral dentro del ámbito
científico y tecnológico. Las horas fueron pasando, al igual que las
disertaciones, sin que en ningún momento se hablara, ni de refilón, sobre la
aplicación de estos maravillosos programas para hacer desembocar a los
investigadores y estudiantes de artes y humanidades en las luminosas, y supuestamente
perfectas, empresas con las que la universidad tiene convenios. Convenios hipotéticamente
maravillosos para los jóvenes, pero que en realidad son contratos de prácticas
abusivos donde el sueldo apenas llega ni para pagar una habitación en un piso
de alquiler, pero que si sirven para llenar la casilla de experiencia del
currículum para después dar el salto a una empresa que te ofrezca un contrato
de los de verdad. Un camino de espinas, cierto, pero al menos un camino que a
los demás, a los que estudiamos artes y humanidades no nos ofrecen.
Al menos en este caso ni se lo
plantearon, pues como les digo ni una sola mención, ni un solo guiño hacía los
estudiantes e investigadores del ámbito de las humanidades que ocupábamos la
sala mayoritariamente. Las jornadas doctorales, creo que es importante
aclararlo, son de asistencia obligatoria para todos los grupos de
investigadores, sea cual sea tú tema de trabajo. Vayan o no a comentar algo que
pueda incumbirte para tú futuro, ya sea educacional o laboral.
Cuando las jornadas andaban por
la mitad de sus sesiones muchos ya habíamos asumido que nuestro papel en aquel
asunto era meramente el de figurante. Una bonita, y móvil, decoración que
ayudaba a que la sala no estuviera tan desangelada como estaría de haber
acudido solamente los que verdaderamente habían recibido información y ofertas
durante esos días. A pesar de todo aún había justos en Sodoma, o ilusos cada cual
que piense lo que crea conveniente, y al finalizar una de las conferencias un
chico levantó la mano para hacer una pregunta a los miembros de la mesa
redonda. Su cuestión hacía referencia a lo que todos los investigadores en arte
y humanidades presentes pensábamos, que no era otra que saber por qué se nos
ignoraba cuando se hablaba de salidas profesionales de los futuros doctores. Incluso,
el joven llegó a interrogarles sobre las posibilidades de encontrar programas o
colaboraciones con empresas del sector, similares a las ya preparadas para la gente
de ciencia y tecnología. Tras la pregunta el silencio se apoderó del recinto
durante unos interminables segundos, para después tornarse en un lejano titubeo
que se escapaba de la boca del encargado de la última conferencia y director
del ámbito del que trataba el tema de los programas laborales. Su respuesta
fue, tras el titubeo, encogerse de hombros mientras decía «Pues ahora mismo no
sé, pásate por el despacho a ver si encontramos algo».
Buscarse la vida en el ámbito
de la cultura y las humanidades a diferencia de lo que muchos creen es muy
difícil, demasiadas horas de trabajo sobre los hombros por muy poco sueldo, o
por ninguno. Muchas mili a las espaldas para aguantar según qué respuestas de
parte de los encargados institucionales, los mismos que deberían ser los
encargados de que tantas y tantas horas de trabajo reviertan en un puesto
laboral digno. Desde luego ninguno de los que estábamos allí buscamos, ni
queremos al menos por mi parte, que nadie nos solucione la vida, que nadie nos
busque trabajo. Más aun sabiendo cómo funcionan esos brillantes contratos de
becarios de los que hablábamos antes. Pero sin duda ayudaría, para seguir
adelante en la investigación, que nuestras propias universidades no nos
trataran como un grupo de investigadores de segunda. Algo que no solo es
descorazonador, sino que también es denigrante.
De qué sirve que cuando el
gobierno ─nacional o autonómico, eso es lo de menos─ ataque a las carreras de
letras y humanidades se formen asambleas en los claustros y la gente se
encierre, o manifieste, con el consentimiento y apoyo del rectorado y los
diferentes estamentos universitarios. Que éstos firmen manifiestos criticando
lo que ellos creen un comportamiento inquisitivo del poder ante la cultura, si
cuando realmente tienen que defender las humanidades, en la lucha diaria, nos
ignoran casi por completo. ¿Cómo queremos pretender que las humanidades tengan
futuro dentro de la sociedad si incluso dentro del mundo universitario nos
arrinconan en la esquina más oscura y alejada?
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