El avión de Delta Air
Lines comenzaba a levantar el morro del suelo de forma delicada. El despegue
fue tan sutil que los cuerpos casi no apreciaron el cambio de presión que los
clavaba en los asientos. Cuando el tren de aterrizaje se replegó por completo,
escondiéndose en las entrañas del aparato, Steve miró su reloj. Casi en ese
mismo instante un tenue pitido avisaba a los pasajeros de que ya eran libres
para desabrochar sus cinturones de seguridad.
El vuelo había salido a
su hora del aeropuerto internacional Benito Juárez, al menos una buena noticia
pensó el piloto Steve Dupart, mientras se desabrochaba el cinturón y se ponía
en pie encaminándose hacia la parte trasera del aparato. Allí, dos azafatas
norteamericanas comenzaban a preparar los carros metálicos para ofrecer a los
pasajeros las primeras bebidas del vuelo.
─¿Cómo
por aquí Steve?─ preguntó la más cercana a la puerta─, te hacía en el de efe
hasta mañana por la noche.
─Ese
era el plan original ─contestó el hombre mientras sacaba un zumo de naranja de
un pequeño refrigerador─. Pero Ted está enfermo, y me han pedido que haga su
vuelo de mañana al mediodía, por lo que me vuelvo con vosotras a Nueva York
─dijo sonriendo con picardía a las jóvenes azafatas.
Steve
odiaba los vuelos nocturnos para viajar como pasajero, su estatura le imposibilitaba
encajar su cuerpo en los asientos y apenas descansaba. Normalmente la empresa
le guardaba un sitio en primera clase, pero debido al aviso de última hora no
había sido posible.
─Tienes
cara de cansado Steve ─comentó la misma azafata─, ¿Por qué no te vas a
descansar al crew rest?, hoy el vuelo
está completo y no creo que tengamos tiempo para descansar ni un minuto.
Steve se lo pensó durante
unos segundos, pero enseguida diluyó sus dudas y aceptó. Lo cierto era, que ocupar
una de las camas preparadas para el descanso de la tripulación sería la única
forma de dormir algo durante las cinco horas que duraba el vuelo. Tras dar las
gracias, apuró el último sorbo del zumo, y se encaminó hacia allí.
No fue necesario que
Steve encendiera ninguna luz del pequeño cubículo donde se encontraban las dos
literas enfrentadas, la costumbre le había llevado a conocer cada rincón del
aparato, y la tenue luz de seguridad era más que suficiente para moverse por él
sin tener que molestar a los compañeros que pudieran estar descansando. Decidió
colocarse en la cama superior de la litera que se encontraba más apartada de la
puerta, así, si algún trabajador quisiera entrar a descansar podría usar las
más cercanas a la salida.
Cuando Steve ya se había
descalzado, y tras aflojar el nudo de su corbata, se percató de que había
alguien más en el habitáculo. Junto a él, en la cama superior de la litera
contigua, una pequeña niña se despabilaba tras haberlo escuchado. Steve, tras recuperarse
de la sorpresa inicial, pudo observar que la pequeña no tenía más de cuatro o
cinco años. Al verlo la chica le sonrió ampliamente, con ternura y mostrándole
unos grandes ojos azules. Enseguida la pequeña se giró, volviéndose a sumir en
sus ensoñaciones más profundas. Steve sonrió, y arropó totalmente a la pequeña.
Estiró la fina manta hasta casi cubrir por completo su liso y brillante cabello
rubio, deseándole buenas noches. Ella contestó algo casi ininteligible, dando a
entender que el sueño había vuelto a apoderarse de su pequeño cuerpo.
Apenas
un par de horas después Steve se despertó, había dormido profundamente durante
ese tiempo, se incorporó, y decidió volver al exterior. Tal vez sus compañeros
necesitaran que alguien les echara una mano. Aún estaba algo aturdido por el
sueño, pero no le sorprendió que la cama donde unas horas antes descasaba la
niña estuviese ahora vacía, sin embargo si le resultó extraño que la cama estuviera
perfectamente estirada, como si allí no se hubiese posado ni una mosca. Desde
luego, la niña, o quien hubiera venido a recogerla, eran personas de lo más
educado, pensó Steve mientras acababa de calzarse.
Al
volver a la zona pública del aparato, el joven piloto buscó con la vista a la
niña rubia de ojos azules para saludarla, y disculparse por haberla despertado.
No la vio, pero creyó encontrar a su madre, una mujer de mediana edad con el
mismo cabello y unos ojos tan grandes y azules como los de la niña, pero
cargados de angustia. La mujer permanecía abrazada a un hombre que dormitaba
con cara compungida. El sentido común le impidió molestarlos, pero se dirigió
hacia una azafata cercana. Sin duda, el matrimonio era familia de algún miembro
de la tripulación, por eso la niña dormía en una de las camas reservadas a los
trabajadores, y la azafata sabría indicarle donde encontrarla.
La azafata, sorprendida ante
la extraña pregunta de su compañero, lo observó con extrañeza.
─No hay ningún niño en
este vuelo Steve ─le aclaró mientras rellenaba con agua caliente un vaso de
cartón─, creo que aún sigues un poco dormido.
Steve ladeó la cabeza, y
tras sopesarlo un momento agarró a la mujer del brazo, dirigiéndola hasta el
lugar donde descansaba la niña tan solo un par de horas antes.
─Pero, eso es imposible.
¿La has tocado? ─ preguntó la mujer sin salir de su incredulidad.
─La he arropado ─contestó
Steve─. Incluso he hablado con ella.
La azafata se descompuso
de inmediato. Su rostro se tornó blanquecino y tuvo que salir del pequeño
habitáculo. Steve no asimilaba lo que ocurría, no entendía a que podía deberse
la extraña reacción de su compañera.
─¿Ves a aquella pareja?
─le dijo, apuntando hacia donde se encontraba el matrimonio que Steve había
confundido minutos antes con los padres de la niña─. Vuelven de pasar unos días
en México, con la familia de él. Al poco de llegar sufrieron un accidente. Llevan
el ataúd de su hija de cinco años entre el equipaje. Ella es la única niña que
viaja en este vuelo.
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ResponderEliminarInteresante lectura Malatesta. De lectura rápida y amena. Veo que el paso del tiempo vuelve más ágil tu mente. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias Kike. Un abrazo.
EliminarMi teléfono móvil me ha boicoteado hasta en dos ocasiones y he publicado dos mensajes incompletos. Un abrazo campeón
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